Espera, pequeño, todavía no salgas. Claro que te queremos ver, pero aún no es hora, hay que esperar un poco más. Permítenos por favor la emoción de recibirte con todo el amor que te mereces, con nuestras caras llenas de felicidad, con nuestros brazos abiertos para que sientas nuestro calor y unir nuestros latidos.
No, Max. Por favor aguanta. La vida tiene un lugar y tiempo para todos. Tienes que crecer más y tu cuerpecito es muy frágil y pequeño aún. Continúa en ese nido que te ha preparado mamá. Ahí tienes todo lo que necesitas por ahora. Ya jugaremos después. Me encantará ver tu sonrisa y esos ojos brillantes que estarán llenos de sueños y que me enamorarán completamente.
Pero aún no, Max, por favor… Y de repente nuestra alegría y entusiasmo se desvanecieron en un segundo. Un segundo que alteró nuestra realidad, nublándonos los ojos y partiéndonos el corazón. Un segundo que fue el comienzo de tu ausencia, de continuar la vida sin ti.
Pero no fue tu culpa, Max. Ni de mamá, ni de nadie. Se interfirió tu paz intempestivamente y se interrumpió tu futuro para siempre por orden de la naturaleza, que a veces es fría e inexplicable. Ni siquiera vendrá a pedirnos perdón, eso ya lo sé. Simplemente nos queda tomar fuerza y continuar el camino hasta dar el último paso que nos quede.
Qué contrariedad de la vida, Max. Tú cruzaste el umbral de la muerte antes que yo. En ningún lugar estaba escrito que sería yo quien tomara una pala con mis manos para enterrar tu cuerpo, pero las historias dan giros inesperados. Tu breve existencia me ha marcado profundamente y por siempre serás parte de mi vida y de nuestra historia.
Si tú pudiste atravesar esa línea misteriosa que procede al final de la vida, me has quitado el miedo, Max. Y con ello has agrandado mi capacidad de amar.
Porque teniendo amor lo tenemos todo, gracias hijo.