Ah, qué gusto me dio ver a Michael Phelps logrando su octava medalla de oro y rompiendo así la marca que Spitz logró en las olimpiadas de Múnich 1972 de ganar más medallas de oro en una edición de los juegos olímpicos.
Utilizando a Phelps y a México voy a tocar el tema de la mentalidad triunfadora.
Aunque a algunos les pareciera injusta la comparación entre Michael Phelps y la delegación mexicana que se encuentra participando en los juegos olímpicos de Beijing, lo cierto es que es difícil para mí no hacer tal comparación.
Y no me refiero necesariamente al número de preseas obtenidas, me refiero a la mentalidad ganadora que tiene Phelps y que es prácticamente inexistente en los deportistas mexicanos.
Mientras para Phelps su sueño era ganar 8 medallas de oro (y lo logró), para muchos deportistas mexicanos su sueño se cumplió al llegar a las olimpiadas.
Si Phelps hubiera logrado menos de 8 medallas de oro (por ejemplo 5), quizás no sería un fracaso para él (a lo mejor sí), pero no estaría al 100% satisfecho. Por el contrario, a las clavadistas mexicanas que hasta el momento han logrado la única medalla para México (bronce) se les ha referido incluso como “heroínas” en los medios mexicanos. Está claro que hay una mentalidad muy diferente.
El fracaso de México en las olimpiadas se acentúa aún más cuando vemos que países como Armenia, Zimbabwe, Kazajistán, Etiopía, Azerbaiyán, Argelia, Uzbekistán, Mongolia, Vietnam y Kirguistán, por mencionar algunos, llevan más medallas ganadas.
Así que para los que argumentan que en México no hay dinero para apoyar a los deportistas, los países que les acabo de mencionar tienen menos recursos que México, más índices de pobreza y corrupción, y están teniendo una participación más destacada que los aztecas.
El problema es la mentalidad que tienen los atletas mexicanos. Quizás se les ha entrenado muy bien físicamente en buenas instalaciones deportivas, pero no se les ha entrenado para tener una mentalidad ganadora.
Los mismos directivos del deporte mexicano mencionaron antes de Beijing que el objetivo de México en estos juegos era lograr una mejor actuación que en las olimpiadas de Atenas en el 2004, como si hubiéramos logrado hacer un papelazo en Atenas.
La delegación mexicana reflejó algo de lo que pasa en México: vamos en un retroceso preocupante, y en lugar de buscar la solución y corregir nuestras faltas para ser un mejor país, buscamos excusas y culpamos a otros factores para esconder nuestros fracasos.
Así como los deportistas utilizaron pretextos como “me puse nerviosa”, “el nivel de los competidores es muy alto”, y “la comida me cayó mal”, los mexicanos hemos hecho lo mismo por años. Algunas excusas de por qué México está como está son: por los 71 años del PRI, porque EE.UU. nos quitó la mitad de nuestro territorio, porque los españoles nos robaron el oro, etc. ¿Así nos la vamos a pasar toda la vida?
Y una vez más, es la mentalidad. En México no tenemos la mentalidad de avanzar, no queremos mejorar. Nos quejamos de la corrupción pero no queremos arreglarla. Al contrario, aprovechamos de ella.
Nos quejamos del tráfico, pero vamos volados en las avenidas, pasándonos “altos”, pitándole al del frente, rayándosela al de atrás…
Este fracaso de México en las olimpiadas debemos tomarlo en serio para reflexionar. Pensar en ¿qué tipo de país queremos ser? ¿A dónde queremos llegar como mexicanos?
Criticamos mucho a EE.UU. pero tenemos mucho que aprenderles. De perdido de Michael Phelps. Si nuestros atletas tuvieran la mentalidad ganadora de Phelps estoy seguro que lograríamos más medallas. Al menos, estoy seguro que nuestros atletas pondrían más y mayores esfuerzos y no habría excusas al no ganar medallas, sino al contrario, habría motivación y deseos de superación.
El dinero puede comprar instalaciones deportivas de primer nivel, puede pagar a los mejores entrenadores, y comprar los uniformes más bonitos. Pero no puede comprar una mentalidad ganadora.
Bien por los pocos atletas mexicanos que han dado todo en estos juegos y muy mal por los directivos del deporte y aquellos deportistas que se han refugiado tras la cortina de los pretextos.