El jueves pasado tuve la oportunidad de ver y escuchar un tremendo concierto, digno de ser recordado por muchos años. Un recital monumental que entra ya en la lista de los más grandes eventos que he evidenciado.
Desde hace rato ya le traía ganas a la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles. Pero en esta ocasión las constelaciones musicales se alinearon de tal manera que el resultado de la fórmula me dijo “vas que vuelas”.
Se trataba del violinista Joshua Bell interpretando la Sinfonía Española de Edouard Lalo acompañado de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles bajo la batuta invitada de Lionel Bringuier. Y por si esto fuera poco, Joshua Bell ejecutaría su violín Stradivarius de 1713.
No solo la Filarmónica de Los Ángeles es de las orquestas más reconocidas del planeta, sino que además (y desde el 2003) toca en un recinto verdaderamente sagrado musicalmente hablando. Se trata de la Sala de Conciertos Walt Disney, una joya arquitectónica producto de la extravagante creatividad del maestro Frank Gehry (foto).
Por fuera, el edificio de diseño post-estructurista es una imponente fortaleza de acero. Pero una vez adentro, lo metálico se transforma en madera; este escenario presume unas majestuosas paredes de pino sujetando un artístico cielo del mismo material, mientras sus pisos y escalones son de un claro y sutil roble. La calidad de estos materiales ha contribuido a que esta sala sea reconocida por su insuperable acústica.
El concierto inició con la Alborada del gracioso de Maurice Ravel. Una pieza dinámica y alegre donde se lució el fagotista.
En seguida vino el plato fuerte con Joshua Bell, quien a sus 42 años aparenta mucha menor edad. La Sinfonía Española es prácticamente sello de Bell; su maestría técnica y el sentimiento que estampó en la pieza sedujeron a un público que casi llenó la sala.
Al final del quinto movimiento, el Rondo Allegro, los incansables aplausos motivaron a Bell a ofrecer un vibrante solo. Lo que a continuación ejecutó causó risas en un principio puesto que se trató de la popular pieza Yankee Doodle. Pero entonces empezó a repetir la famosa estrofa con diferentes variaciones al puro estilo del Capricho 24 de Paganini y demostrando una destreza impecable en el violín.
Después del intermedio el que se lució indiscutiblemente fue el joven director francés Lionel Bringuier.
El dirigir a casi 100 miembros de la orquesta ejecutar los 5 apasionantes movimientos de La tragedia de Salomé (de Schmitt) no intimidó en lo absoluto a este director de tan solo 23 años quien, desde ya, se apunta a ser una verdadera promesa mundial en la dirección orquestal.
Para cerrar el repertorio, la última pieza de la noche fue el Vals Mephisto No.1 de Franz Liszt. El vals concluyó un concierto musicalmente completo y por demás satisfactorio. Sin lugar a dudas, uno de los conciertos que más he disfrutado.
Aquí les comparto un video donde Joshua Bell interpreta una pieza de Debussy.