¿Puede un beso ser tan mágico que te enamora completamente, que altera tu identidad y marca tu vida para siempre? Ese acto que comienza con el roce de los labios y que antecede a un apasionado desborde de emociones que van más allá de un impulso sensual, un consentimiento mutuo en donde dos personas sellan su disposición de amor.
La Identidad de Milan Kundera es una novela de amor llena de reflexiones filosóficas y elementos humanos que nos invita a explorar nuestra propia identidad a través de la historia de dos enamorados, Chantal y Jean-Marc.
Nuestros protagonistas se aman tanto que llegan a caer en conflictos complejos de identidad, en donde los sentimientos se vuelven opuestos, y cuyas personalidades por momentos se aclaran y en otros se difuminan en una indistinguible frontera entre la realidad y la fantasía.
Muy pronto en la historia, la mirada florece como el principal elemento de unión y discordia entre los personajes.
Una mirada puede unirnos tanto sin tocarnos como nos une un beso sin mirarnos. Los ojos fijos en una mirada de amor hipnotizante pueden detonar una comunicación que jamás podrán dar las palabras y despertar más sentimientos que una caricia.
Pero Chantal tiene una frustración que le revela a Jean-Marc, “los hombres ya no se vuelven para mirarme.”
Y no es que Chantal quiera dejarse seducir por otros hombres, sino que las miradas para ella son un refugio; las miradas la mantienen de cierta manera en sociedad con los humanos.
Aunque la mirada que más aprecia es la de Jean-Marc, ante su conflicto no se percata de ella, y sabe que la mirada del amor le provoca un aislamiento con el mundo.
Para Jean-Marc, mirar a Chantal es un placer total; ella es para él su único vínculo sentimental con el mundo y su antídoto ante la indiferencia.
Ante la universalidad poética del amor, los ojos son siempre protagonistas. Para Milan Kundera los ojos son “las ventanas del alma; el centro de la belleza de un rostro; el punto en el que se concentra la identidad de un individuo.”
Pero una mirada nunca es permanente ni puede ser constante ante la existencia de los párpados. Esas cortinas que humedecen los faroles de la vista y que al mismo tiempo se vuelven antagonistas al convertirse en amenazantes interruptores de una mirada cautivante.
De repente, Chantal comienza a recibir cartas anónimas que le dan vida y un cierto misterio seductor. ¿Quién será su admirador secreto? ¿Qué motivo tendrán esas cartas?
¿Se tratarán quizás de una fantasía anhelada a punto de convertirse en realidad? ¿O le servirán esas cartas para darse cuenta de que su amor real es superior a cualquier fantasía?
Chantal reflexiona sobre las cartas: “Si un hombre escribe cartas a una mujer, lo hace para preparar el terreno en el que, más adelante, la abordará para seducirla. Y, si la mujer guarda en secreto esas cartas, lo hace para que su discreción de hoy proteja la aventura de mañana. Y, si además las conserva, lo hace porque está dispuesta a entender esa futura aventura como una relación de amor.”
El amor quizás le esté poniendo una prueba más a Chantal. Si bien siente una gran felicidad con el amor que comparte con Jean-Marc, a veces siente nostalgia por él. Una añoranza que en instantes no le permite vislumbrar un porvenir con él.
Pero en otros momentos, su desmesurado amor por Jean-Marc lo es absolutamente todo, que logra orillarla fuertemente hacia un mundo de fantasía.
A través de la historia, Kundera arroja a los personajes ante diferentes situaciones que los hace cuestionar y descubrir su identidad. Y es con la misma habilidad que el autor inevitablemente nos invita a reflexionar sobre nuestra propia realidad, nuestra satisfacción emocional y nuestra existencia.
Ninguno de nosotros eligió haber nacido en este planeta en el tiempo y espacio que ocupamos, y sea nuestra existencia una suerte o una desgracia, la mejor manera de pasar la vida es dejarse llevar en ella apreciando enteramente el instante presente.
Pero, ¿puede el amor ser tan descomunal que no alcanzamos a distinguir la realidad? ¿En dónde se encuentra la frontera entre lo real y la imaginación? El autor deja estas preguntas abiertas extendiéndonos la oportunidad de olvidarlo todo y pensar en la vida.
Si ante la inmensidad del universo nuestra insignificancia es nuestro destino, no hay tiempo que perder y amémonos, disfrutemos de la vida, cobijémonos bajo el techo del amor. Y disfrutemos la vida con la libertad que tenemos de fundir nuestra individualidad con euforia y de elegir siempre el placer.